La canasta digital: niños que nacen con pantallas
Desde 2009, casi sin darnos cuenta, hemos convertido a los niños en screenagers desde la cuna.
- Si lloran, les prestamos un aparato con caricaturas y canciones.
- Si vamos en carretera o en un avión, les damos el “aparatito” para que estén callados y tranquilos.
- Si hacen berrinche, recurrimos al dispositivo para calmarlos.
- Si estamos en un restaurante, les pasamos la pantalla para poder conversar con amigos.
Lo que parecía práctico en el momento, poco a poco va sembrando un aprendizaje profundo: la pantalla es refugio, entretenimiento, consuelo y compañía.
¿Qué les estamos enseñando realmente?
Cada vez que usamos el dispositivo como respuesta automática, sin querer estamos enseñando que:
- Toda pregunta tiene respuesta en el aparato, no en mamá o papá.
- Ese aparato parece ser más inteligente que nosotros.
- Siempre habrá una pantalla que entretenga, que dé, que acompañe.
- Con solo mover un dedo, pueden acceder a infinitas distracciones.
Y los adolescentes de hoy lo han aprendido bien: ven a papás ocupados, resolviendo la vida con un aparato en lugar de dedicar tiempo a jugar, escuchar, conversar o acompañar.
El espejo que no queremos ver
No olvidemos que nosotros también somos parte del experimento digital.
- Nosotros también buscamos dopamina en cada notificación.
- Nosotros también decimos: “espérame tantito, estoy mandando un mensaje”.
- Nosotros también postergamos la atención a nuestros hijos porque la pantalla nos atrapa.
Y entonces, cuando llegue la edad en que queramos que nos busquen, nos platiquen y nos den tiempo… ya habrán aprendido desde muy pequeños que ese aparato siempre fue más importante que ellos.
La gran pregunta
Bajo esta reflexión, vale la pena detenernos y cuestionarnos:
¿Qué le estás enseñando tú a tu hijo cada vez que eliges la pantalla por encima de él?
La tecnología no es mala. Pero si nosotros no tomamos conciencia, lo que hoy parece una herramienta de apoyo terminará siendo el sustituto de nuestra presencia.





